La clave para una introducción exitosa de nuevos alimentos es crear un entorno de confianza y seguridad. Para algunos/as niños/as, las texturas, los sabores o los olores de ciertos alimentos pueden resultar abrumadores. Por eso, la exposición progresiva es fundamental.
El primer paso es la familiarización. Antes de pedirle al niño/a que pruebe el nuevo alimento, es importante que lo explore de diferentes maneras. Pueden tocarlo, olerlo, e incluso jugar con él. Esta etapa ayuda a desensibilizar poco a poco la respuesta sensorial negativa.
Una vez que el/la niño/a se siente cómodo con la presencia del alimento, se puede comenzar a animarlo/a a interactuar con él más directamente, sin necesidad de consumirlo de inmediato. Por ejemplo, pueden llevar el alimento a la boca sin comerlo, o probarlo en cantidades muy pequeñas (se puede jugar imitando distintos animales, por ejemplo, “ahora vamos a darle un mordisco como un ratoncito pequeño”).
Es esencial no presionar ni forzar la ingesta. Los avances serán más sostenibles cuando el/la niño/a se sienta en control del proceso. Para algunos/as, puede tomar semanas o meses aceptar un nuevo alimento, y eso está bien. Lo importante es que, con paciencia y constancia, se vaya construyendo una relación positiva con la comida.
En definitiva, la introducción gradual de nuevos alimentos debe ser vista como un camino a recorrer juntos, siempre desde el respeto a las preferencias y capacidades del niño/a.
El primer paso en la construcción de una rutina efectiva es establecer horarios fijos para las comidas. Saber que hay un momento específico para sentarse a la mesa les permite a los/las niños/as anticipar lo que va a suceder y mentalizarse para ese momento. Además, evita que lleguen a la mesa sin apetito por haber “picoteado” entre comidas, lo que puede dificultar la disposición a probar nuevos alimentos.
El entorno físico donde se lleva a cabo la actividad también es clave. Comer en un espacio tranquilo, sin distracciones como pantallas o juguetes, facilita que el niño/a se concentre en lo que tiene delante. La calma en el ambiente contribuye a que el momento de la comida no se perciba como una situación estresante o abrumadora.
La consistencia es fundamental en este proceso. Repetir una rutina día tras día permite que el/la niño/a se sienta seguro y en control. Esto no significa que debamos ser inflexibles, sino que las reglas básicas de la rutina deben mantenerse para generar ese entorno predecible y confiable. De esta manera, el/la niño/a sabrá qué esperar cada vez que se siente a la mesa, lo que favorece una relación más relajada con los alimentos.
A través de la repetición y el establecimiento de un marco estable, las rutinas de comidas no solo organizan el día a día, sino que crean un espacio de seguridad en el que el/la niño/a puede aprender a disfrutar de la comida sin presiones ni ansiedad.
- Equipo de Portal Miró - Imágenes de Freepik-